martes, 4 de diciembre de 2007

REALIZACIÓN

REALIZACIÓN

Base Bíblica: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”

I. Que difícil carga ponen los padres sobre los hijos, cuando les exigen una vida o una carrera que ellos piensan que es lo mejor para el hijo. Cuantos casos no hemos encontrado de rebeldías extremas provocadas por esto. O en algunos casos, el hijo sólo cumple con el título y a partir de allí, se pone a hacer lo que realmente quiere.

Pero para Juan el Bautista esto no era una carga; se sabía predestinado a esto. Sabía que desde antes de la fundación del mundo había sido predestinado para ser santo y sin mancha delante de Dios y para serle útil. Sus padres le inculcaron eso; pero Dios mismo le había comisionado una tarea, y nada ni nadie le iba a impedir el cumplirla.

II. Por eso, desde cuando estaba en el vientre de Elizabeth (su madre), y al ver ésta a María, saltó de alegría, pues María esperaba al que había de ser después de Él (pero que era antes que él). Además de eso, vivió una vida apartada de los placeres y el vaivén del mundo y se consagró plenamente a esa tarea que le fue encomendada. Por eso, no se dejó llevar por las tendencias, modas y corrientes de este mundo, sino que vestía de pelo de camello y comía langostas y miel silvestre y vivía en la incomodidad.

III. Juan es el personaje eminentemente contracultura, que marca la diferencia tanto en su vida, como en su llamado: vivía y se comportaba de acuerdo a lo que tenía que hacer, para cumplir con su decisión de ser “una voz que clama en el desierto: preparad camino al Señor”, por eso se le identificaba de acuerdo a la labor que él realizaba: bautizar.
Es relativamente fácil ser minero, o albañil, o herrero, o incluso arquitecto, o aviador; pero cuando se trata de almas; de llegar hasta el nivel de compungir a las gentes de su mal actuar para que se bauticen, comprometiéndose éstos a partir de allí a cambiar sus costumbres, sus malos hábitos y su manera de vivir (dar frutos de arrepentimiento); esto sí que no es fácil. Pero a Juan se le conocía como el “Bautista”, y no por la religión que profesaba o la denominación a la que pertenecía; sino por que “salían a él toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados”.

IV. Todo esto lo hacía, sin esperar nada a cambio. Su paga era el ver como día a día se estaba avanzando hacia el momento cumbre en que hiciera su aparición Aquél quien le había enviado, por eso siempre aclaraba: “el que viene tras de mí”, ese Rey del reino de los cielos que anuncio, es tan grande que “no soy digno de llevar su calzado”.

Juan mostraba una ansiedad de verle en cada una de sus frases: Él es Quien bautizará, no como yo, sino con Espíritu Santo y fuego; de Él es la era, de él es el trigo, él los va a limpiar. Separará el trigo de la paja, y lo pondrá en su granero; Él es el Señor. Al escuchar esto, todos entendemos que su mayor anhelo es verle, es conocerle, es contemplarle, es servirle. Y lo hace con la certeza de que el Señor vendría; si no, para qué hacerlo.

V. Por eso, cuando le vio acercarse hacia él, y al ver realizados sus sueños, confirmados sus intentos y afirmados sus trabajos, exclamó: ¡He aquí el Cordero de Dios”. Fue un grito de consuelo a un pueblo al que amaba y que le había hablado de forma muy ruda. Fue un grito de gratitud por que ahora tenía sentido toda su obra; Fue un grito de descanso por que ahora premiaban su esfuerzo y su abstinencia. Fue un grito de alegría y gran gozo porque sus ojos podían constatar que su vida había tenido un propósito desde el principio y lo había cumplido, y no se arrepentía de haberla vivido. Con gusto la volvería a vivir si fuese necesario; porque con lo que veían sus ojos; su misma redención se hacía patente; sus mismos pecados tenían solución y perdón: ¡Aleluya!

Sintió la misma emoción que Simeón y Ana juntos, ya que ahora si podía morir en paz, pues ahora veía al Cordero de Dios, la provisión de Dios, la gracia y verdad de Dios impresas en Jesucristo. El Rey de ese reino que anunciaba y por el que exhortaba al arrepentimiento y conversión de las gentes. Ahora si era necesario que él menguara para que Cristo creciera, ¡que así fuera!, pues para eso había venido.

CONCLUSIÓN

1. Joven, tu que “has sido predestinado desde antes de la fundación del mundo para ser santo y sin mancha delante de Dios” y para serle útil. Y que has aceptado el reto de ese llamado y comisión que Dios te puso; ¡no endurezcas tu corazón!, ¡no dudes ni desistas! Avócate como Juan a que nada ni nadie te impida cumplir con tu cometido.

2. Conságrate de lleno a esta tarea. Tu Señor lo merece: Sus misericordias son grandes, preséntate en sacrificio vivo delante de él para que estés apto para su servicio. No te conformes a este siglo, sino preséntate en sacrificio vivo y santo delante de Dios: ¡Cumple tu ministerio! Deja a un lado el mundo y sus placeres y comodidades. Decídete a ser contracultura, a vivir de acuerdo a los ideales del cristianismo y no de acuerdo a tus propios ideales; vive siempre en espera de verle a él de nuevo. Recuerda que él viene.

3. Cumple la función que el te encargó: haz función de evangelista. Prepárale el camino al Señor, en cada corazón que sepas que está triste o enfermo, dile a las gentes ¡Arrepentíos y convertíos! Porque el Rey de Reyes viene y viene con retribución. El limpia nuestras vidas y las prepara para Su reino.

4. Sé congruente con lo que prediques, deja que tu luz brille delante de las gentes. Atrévete a ser contracultura, para que ellos al ver tus buenas obras ¡glorifiquen al Padre que está en los cielos. El lo merece: Él es tu creador y Señor. Pero hazlo también porque pronto lo verás, y cuando lo veas sentirás la recompensa de la espera, de tu vida ejemplar, de tu trabajo por él.

5. Identifícate como su siervo; porque pronto verás al Rey de Reyes y todas tus luchas y abstinencias y sacrificios, etc. se van a ver recompensados con Su venida. El viene y cuando lo veas, vas a notar como todo tiene ahora sentido, como ahora se confirma. Cuando lo veas exclamarás como Juan el Bautista: ¡He aquí el Cordero de Dios”, que quitó mi pecado y me dio la salvación. Y más, porque serás llevado por él hasta donde él está, para vivir eternamente con él en gloria.

“La verdadera realización es la que deja la satisfacción de haber cumplido con el propósito para el que fuimos hechos”

¡DIOS TE BENDIGA!